Rasmus Nilausen. La pintura en potencia


[The Daily Bread, mural en la Torrassa (salida L1), L’H, 5 diciembre 2015 – 4 enero 2016]


«Una proposición puede parecer absurda
y el absurdo de su superficie ser engullido por la profundidad que, por decirlo así, hay
detrás de ella.»
L. Wittgenstein


Decía Claes Oldenburg que la pintura de nuestro tiempo debe saber vehicular una triple
aspiración: debe ser, a la vez, mística, erótica y política. Sin duda es mucho más que este
titular, pero no es menos cierto que la gran pintura, la que necesitamos como el pan de cada
día, ofrece profundidad espiritual y calidez sensual, y está comprometida con nuestra
circunstancia —existencial o política—. Difícilmente los tres paradigmas estéticos se
convocan en la obra de un solo artista. Eso sí, encontramos montones de pintores que son
solo eróticos, o solo espirituales, o solo políticos. Pero es una pintura que, en la
fragmentación, cojea, sin lograr interpelar a las almas sedientas de nuestro tiempo.
La pintura de Rasmus Nilausen sí lo logra. Sus formas y metáforas nos muestran una visión
disímil del mundo, la propia de aquel que percibe la realidad sin encadenarse a ella, con
profundidad, vibración contemplativa e inocente. Tiene, también, la erótica de aquel que ha
entendido que la existencia, además de alma, es cuerpo, deleite, voluptuosidad e ironía. La
voluptuosidad de aquel que comunica profundidades desde el descrédito ante las grandes
verdades. Y, finalmente, tiene inquietud política, como en la obra The Daily Bread, de aquel
que quiere mejorar la existencia de los demás desde el combate contra la propia existencia.
Rasmus Nilausen ha sabido conformar una imaginería propia y particular, cultivando un
método tan anacrónico como sutil, que denomina Potential Unarticulated.

Se trata de utilizar la pintura como mediadora de lo que los pintores y poetas existenciales —pienso en
Wols y Michaux— llamaban un mundo autre, con referencias azarosas a un imaginario que
él estira, trocea, desarticula, como si se tratara de un chicle. El punto de partida no es
exactamente la realidad, tampoco una sensación; es más bien una obsesión, normalmente
cognitiva, en ocasiones parcialmente inspirada en el mundo: puede ser un pensamiento
filosófico inacabado, una observación insólita de un niño, una expresión popular anónima.
A partir de ahí crea una pintura en potencia, que nunca es una visión, de entrada; y nunca es
articulada, porque no utiliza el pensamiento racional sino, de forma radical, el pensamiento
intuitivo. Parece reivindicarse heredero de una tradición onírica moderna, con un remoto
principio de arte naíf y de pensamiento surrealista del período de entreguerras, pero pasado
por la criba más alocada de la figuración psicodélica de los setenta; y todo ello elevado por
la fecundidad simbólico-metafórica de la última ola pictórica figurativa de los noventa:
pensamos en Alex Katz, Peter Doig y, en algunos momentos, Luc Tuymans.


El mural que ha hecho para L’Hospitalet se llama «el pan de cada día». Una expresión bien
anclada en nuestro genoma cultural, pero alejada de nuestro relato cotidiano. Una música
que retumba en el cerebro de Rasmus, y a la que le empieza a sacar punta a través de la
pintura: primero pinta barras de pan, después las incluye a gran escala como si se tratara de
una comunión de panes imán sobre una nevera; y, finalmente, el significado político y
metafísico: la alegoría del pan colocado verticalmente, uno tras otro, como si fueran
garabatos de un condenado en una cárcel, equiparando el oficio diario de pintor al de
cualquier ciudadano que debe ganarse el pan trabajando ferozmente en su cotidianidad. Esta
descripción equivale al cuadro punto de partida del mural, The Daily Bread, presentado en
Estrany-de la Motta en este 2015. En L’Hospitalet presenta una evolución ulterior de la
obra: el pan en barra se transforma en rebanada de pan inglés, y en su superficie aparecen
orificios que son cerraduras de puerta; el pan se convierte en puerta —puerta huxleyana,
claro—, puertas de la percepción para atisbar una dimensión ulterior. Porque la gran pintura
nunca acaba en sí misma, siempre es condensadora de misterio, y deja pensar eróticamente
en otro mundo posible y habitable sensorial o cognitivamente. Volvemos a Oldenburg:
erótica, política, mística.


La cerradura del pan remite también a viejas obsesiones de Rasmus Nilausen, como su
interés por la cámara oscura del Renacimiento, que en su obra reciente ha deconstruido y
reformulado del derecho y del revés. Lo identificaremos a menudo en su pintura por los
grandes conos y geometrías piramidales que en ella aparecen. Es la metáfora que nos
remonta a los orígenes del pensamiento cognitivo civilizado: la mirada en perspectiva, que
necesita de tres elementos que a Rasmus le gusta desarticular en su obra: el espacio, la luz,
la sombra. La referencia a estos tres elementos en el mural de la Torrassa ya ha
desaparecido, y queda en ellos la expresión más elemental de la cámara oscura: el orificio
de la cerradura desde donde ser observada. Será que con esta obra da por terminado este
último período extraño y ocular, y se adentra hacia nuevas latitudes quizás más oscuras y
misteriosas. En cualquier caso, marca el final de algún ciclo, como en todos los momentos
en los que Rasmus Nilausen amplifica gigantescamente sus símbolos, hasta casi conquistar
el marco del cuadro.


Es un gran momento, el de Rasmus Nilausen, tras su regreso a Barcelona después de unos
años en Londres, e instalado ahora en su taller de L’Hospitalet, donde se respira un sano y
sofisticado contexto de trabajo. Nos dimos cuenta de ello en la excelente exposición que se
celebró en la galería Estrany-de la Motta a principios de este año. Allí advertimos que todo
su fecundo y sutil imaginario era captado con gran contundencia y carácter formal,
abandonando las ambigüedades pictóricas de años precedentes. Con Rasmus Nilausen
vuelve la gran pintura, que ya no es en potencia, sino en manifiesta realidad.

La traducció d’aquest text ha disposat d’un ajut de l’Institut Ramon Llull