[Texto comisarial de la exposición Joan Claret. Construcción y vibración. Museu
d’Art de L’Hospitalet (L’Harmonia. Espai d’Art), abril-septiembre 2023]
«El arte es poner orden en el caos. Sugerir con formas visibles un mundo interior.»
Joan Claret, 1962
Joan Claret i Corominas (Barcelona, 1929-2014) es el más relevante entre los
pintores constructivistas de la generación de la posguerra. Su obra supo hacerse
un hueco en un momento de hegemonía de una atmósfera pictórica opuesta a su
sensibilidad: el informalismo —de Tàpies, Cuixart, Vallès o Tharrats— y el culto a
la expresividad, la materia, la trascendencia o la espontaneidad creativa. En los
mismos años, la obra de Claret respiraba en su conjunto orden, serenidad,
meditación y equilibrio. Todo estaba bien medido: la luz, el ritmo, la línea, los
planos, el color, los volúmenes, las dimensiones que atemperaban registros
artísticos más dinámicos como el ritmo, las proyecciones o los contrapuntos.
Emergía su obra como un oasis platónico concebido por un artista rara avis al que
Alexandre Cirici Pellicer no dudará en reconocer como «el único pintor
constructivista puro de la escena artística catalana», y uno de los pocos en no
dejarse arrastrar «por la impetuosa corriente del informalismo».
Parte de esa excepcionalidad pictórica encuentra su explicación en la formación
universitaria de Claret —con estudios de arquitectura y filosofía—, así como en
una breve, pero determinante, estancia en París en 1958. En la capital del Sena,
acompañado de su buen amigo Joan Vilacasas, pudo ver de cerca referentes de la
pintura constructivista europea —Mondrian, Kandinsky, las construcciones oníricas
de Klee—, así como figuras rompedoras de la contemporaneidad, como la de Yves
Klein, quien ese mismo año presentó la célebre exposición Le Vide en la galería
Iris Clert de la capital francesa. En paralelo, Joan Claret asistió a los cursos de
filosofía que Maurice Merleau-Ponty impartía en el Collège de France, en un
momento álgido del pensador francés, inmerso en sus estudios sobre la dialéctica
de filosofía (Les aventures de la dialectique, 1955). El contenido de esos
seminarios, hoy accesible (Merleau Ponty. Le philosophe et son langage. Collège
de France 1952-1960), se nos aparece como una metáfora claretiana de la pintura:
la dialéctica como principio motor del equilibrio vital, que se fundamenta en una
lucha de contrarios en la que prevalece la tensión entre el orden y el caos, y del
que se deriva la generación de un conjunto de formas —políticas, sociales o
culturales— vivas, heterogéneas y orgánicas.
Pintor figurativo y mediterranista de formación, todo aquel sustrato artístico y
filosófico aprendido en París alimentó el salto de Claret hacia una pintura de
experimentación abstracta y constructiva, en la que se volcó de regreso a
Barcelona. Encontró la complicidad de la Sala Gaspar, que le organizó una primera
exposición en 1959 con las obras de nueva creación y que, en los años sucesivos,
lo incluiría en uno de los grupos más destacados de la última posguerra catalana:
el grupo 0 figura, con Subirachs, Vilacasas o Tharrats, quienes emprendieron un
conjunto de exposiciones de vanguardia centradas en la apertura de la creación
contemporánea hacia las dimensiones del objeto, el muralismo o el grafismo. Una
actitud abierta y expansiva hacia el hecho artístico que maridaba perfectamente
con el espíritu de Claret, quien, como toda mirada constructivista, no solo se
fundamenta en la depuración y ordenamiento del mundo, sino también en la
intervención y transformación del mismo.
Pintor de dilatada trayectoria (falleció en 2014, a los ochenta y cinco años,
manteniéndose fiel a sus planteamientos constructivistas), hemos querido destacar
en esta exposición el período que delimita la génesis de su imaginario pictórico y
que podemos ordenar en cuatro transformaciones entre 1959 y 1966. La primera,
iniciada al volver de París, en la que realiza las primeras experimentaciones
pictóricas de síntesis de geometrías y depuración de la figuración sensual y
mediterranista que caracterizaba su obra durante los primeros años cincuenta,
muy centrada en la yuxtaposición entre colores y estructuras. En un segundo
momento, coincidiendo con su primera exposición individual en la Sala Gaspar,
Claret se aplica en la depuración cromática, pintando con una paleta muy
restrictiva —blancos y tres tonos de gris— y sirviéndose del toque cromático sobre
delimitadas geometrías planas y como contrapunto. Salvador Dalí, al ver aquellos
trabajos, afirmó: «¡Claret pinta a Claret!». En un tercer momento, a partir de 1963,
Claret se centra en un análisis constructivo basado también en la geometría, el
volumen y la conjunción con tonos más oscuros, para llegar a la exposición de
1966, la segunda en la Sala Gaspar, en la que se centra en un trabajo analítico y
de marcados contrastes de luminosidad.
Claret fue también un dibujante excepcional. Creía en la base lineal del dibujo, del
que se servía, sin utilizar ninguna herramienta, para esbozar sus equilibradas y
dinámicas composiciones en el espacio. Su momento álgido en esta disciplina fue
en 1963, cuando realizó muchas series inéditas en el contexto de la exposición
dedicada al grafismo del grupo 0 figura, junto a Tharrats y Vilacasas. El año
anterior, 1962, la asociación Cicle d’Art d’Avui le otorgó el premio Joan Miró, en su
primera edición, en el Cercle Artístic de Sant Lluc.
Más allá de la singularidad histórica de la obra de Claret en el contexto de la
posguerra, su obra ha sobrevivido, y merece ser recuperada hoy, por su valía
intrínseca. Y lo es por la complejidad y diversidad de registros que en sus mejores
años consiguió reunir en su obra. Es una pintura, efectivamente, ordenada,
apolínea, pero a la vez dinámica y vital. Es cromáticamente moderada, pero los
estudiados contrapuntos aportan calidez y emoción. Es una pintura especulativa —
es fruto de un cálculo—, pero que tiene una vocación humana y social. Es una
pintura, a la vez, pasiva y activa. Mental y emocional. Que construye y nos hace
vibrar, desde la dialéctica entre el arte y la vida.
La traducció d’aquest text ha disposat d’un ajut de l’Institut Ramon Llull