[Publicado en revista Propileu, Museo de Montserrat, diciembre 2016]
Daniel Giralt-Miracle encarna en su figura una de las definiciones más completas de lo que es la
crítica de arte. Diría, de hecho, que en sus 50 años de trayectoria ha ido construyendo un ideal de
crítica de arte. Sabido es que la naturaleza de esta profesión se ha ido erosionando a lo largo de los
años, cambiando de significados, añadiendo y eliminando atributos, hasta el punto de que, cuando yo
me inicié en este oficio, muchos de nuestra generación, llamada posmoderna o hipermoderna, ya no
sabíamos lo que éramos ni cómo debíamos llamarnos. Uno de los motivos de esa crisis de identidad
es la especialización y la fragmentación a la que se ha visto sometido el oficio en los últimos veinte
años: había que ser o teórico del arte, o académico, o comisario, o agente cultural o profesor
universitario, o historiador del arte o periodista cultural o esteta o poeta. Pero todas las cosas a la vez
no podía ser. No solo estaba y está mal visto, sino que se acusaba a quien se atreviera a intentarlo, en
el mejor de los casos, de intelectual romántico.
Una de las personas que me ayudó a dar seguridad en esta lucha a contracorriente por intentar
alcanzar la categoría ideal de crítico de arte fue Daniel Giralt-Miracle. Era, es, una de las figuras de
nuestra esfera profesional más cercana a ese ideal de crítico de arte humanista y poliédrico que yo en
los libros había idealizado en las figuras de Eugeni d’Ors, Cirlot, Santos Torroella, Cirici Pellicer o
Cesáreo Rodríguez Aguilera. Es decir, el crítico como mediador entre el hermético mundo de la
experimentación artística y la sociedad civil; transmisor de las ideas y movimientos estéticos
avanzados en los distintos estratos sociales que configuran la sociedad moderna: del público
especializado al seguidor amateur, del coleccionista a los representantes políticos de cultura; del
estudiante al ciudadano raso, este último especialmente, que siempre ha encontrado en la figura de
Daniel Giralt-Miracle aquella figura cercana, sensible y documentada tan necesaria para la
comunicación artística.
EL DANIEL PADRINO
Una de las facetas que más he admirado de Daniel es el interés que siempre ha mostrado por lo que él
llama «la crítica joven». «¿Qué hace la crítica joven?» es una de sus preguntas predilectas al dirigirse
a muchos de los que nos estamos iniciando en este oficio. Daniel no solo se interesa por la salud de la
joven crítica de arte, sino que también contribuye a darle recorrido. Se interesa, diría, por un sentido
funcional: de inquietud humanística, de un lado —el ejemplo del sabio siempre preparado para
reciclarse a través de la novedad—; y, de otro lado, por un sentido de responsabilidad ilustrada —de
aquel que sabe que no hay futuro sin la continuidad—. Y por esa afinidad con los jóvenes críticos,
muchos de nosotros le enviábamos a su dirección postal buena parte de los trabajos que íbamos
publicando. En efecto, recuerdo que, sin conocerle, le mandé un ejemplar de un trabajo del que
estaba muy orgulloso: el catálogo de la exposición de dibujos de Joan Rebull, exquisitamente
diseñado por Artur Muñoz; y enseguida recibí una llamada suya —no sé cómo consiguió el teléfono
— para felicitarme; y pronto para encargarme algunos trabajos que han sido importantes para mí.
También, ante mi sorpresa, se presentó en mi defensa de la tesis doctoral dedicada a Francesc d’Assís
Galí. Ni que decir tiene el influjo de energía y confianza que supuso para mí la presencia de un
referente de su categoría en esa fecha tan especial.
El DANIEL GUARDIÁN
Sin duda, su presencia en la lectura de tesis sobre Francesc Galí iba más allá del interés por un joven
crítico de arte. Daniel es uno de los críticos de arte del país con un conocimiento más vasto de las
figuras estructurales de la modernidad artística catalana. Tiene un conocimiento profundo de aquellos
artistas y críticos del país que, gracias a sus aportaciones, han construido el esqueleto artístico de
nuestra modernidad. No me refiero solo a las figuras cardinales de Gaudí, Miró, Tàpies o Dalí; me
refiero a las figuras de Galí, de De Sucre, de Perucho, de Centelles, de André Ricard, de Àngel
Ferrant y de tantas y tantas figuras muy a menudo eclipsadas por la historia oficial, pero que han
contribuido decisivamente a construir una genealogía moderna de nuestra historia del arte difícil de
conocer a fondo, dada la falta de una explicación completa y global en nuestros museos públicos o,
incluso, en publicaciones transversales.
Daniel no solo conoce como nadie las biografías de los críticos y artistas, sino que las conoce de un
modo vivencial, gracias en parte a su formación junto a su padre, pero también por su inquietud y
probidad. A través del conocimiento de las familias y los protagonistas, ha conocido la retroescena de
los artistas, en sus espacios domésticos y de trabajo, de lo que los franceses llaman la petite histoire,
de la que siempre se ha servido para tratar de explicar la grande histoire, siempre de forma
meticulosa, responsable, amena, sensible y exigente.
EL DANIEL DE VANGUARDIA
El conocimiento íntimo de la tradición como trampolín de la modernidad. Una de las actitudes que
más me han influido de Daniel es su apertura retinal hacia la novedad artística, hacia las corrientes de
emergencia. Actitud rara entre los teóricos e historiadores del arte, siempre refugiados en el pasado,
que mitifican como absoluto estético. Lo demostró desde las páginas de Destino, interesándose por
las nuevas corrientes de vanguardia que iban sacudiendo las dinámicas artísticas de los sesenta y
setenta, con la llegada del pop-art, del diseño, del happening o del videoarte. Tan pronto nos ilustra
sobre los grandes referentes de la plástica informalista peninsular como sobre las rompedoras
aportaciones de Zush, Ponsatí, Miralda o, más adelante, Perejaume, Valldosera, Montse Soto o Susy
Gómez. No es tanto el interés de la novedad por la novedad, sino un interés cultural por la novedad,
entendida como necesaria para la regeneración espiritual de una sociedad, sin mitificarla; esperando
pacientemente aquella mirada estética que sea capaz de representar simbólicamente lo que Taine
denominaba «el estado de espíritu de nuestro tiempo». La novedad como actitud humanística que hay
que integrar en una historia moldeada por grandes proyecciones estéticas. Creo que uno de los
grandes éxitos profesionales de Daniel es haber sabido incorporar ese espíritu a la acción cultural
institucional. Convertir, por ejemplo, el Palau Marc en, como decía Vicenç Altaió, un Palacio de
Invierno; en exposiciones históricas como Bestia!, de 1984, junto a Vicenç Altaió y Gloria Picazo,
con acciones performáticas referenciales como la de Jordi Benito. O la exposición dedicada a la
vanguardia rusa en la Tecla Sala de 1990. O la producción de la monografía Llibre blanc del disseny
a Catalunya, del mismo 1985. Giralt-Miracle ha sido, después de Cirici Pellicer, el crítico de arte que
más ha hecho en este país por el impulso, la comunicación y la democratización del diseño. Por el
conocimiento directo de la profesión, por su participación en los estamentos institucionales —como
el FAD—, por el conocimiento académico en Alemania y por las exposiciones dedicadas tanto a los
referentes como a los innovadores.
No sé con qué Daniel me quedaría: si con el Daniel crítico diderotiano; con el conferenciante
magistral; con el programador responsable; con el teórico ameno. Bueno, quizás sí lo tengo
claro… Hay una actitud que enlaza todas las citadas, que es el Daniel comprometido. El del
doble compromiso, diría: el compromiso de corte noucentista, que busca en cualquier actitud
intelectual una función para el crecimiento cultural del país; y el compromiso vanguardista, de
aquel que entiende la emergencia del arte como una savia renovadora, agitadora y liberadora de
la sociedad civil. Por tu compromiso con la crítica de arte, Daniel, te felicitamos, y por tu
fecunda trayectoria, y te agradecemos, creo que en nombre de muchos, tu labor, a la vez
edificante y entusiasta, por la difusión de las artes plásticas en Cataluña.
La traducció d’aquest text ha disposat d’un ajut de l’Institut Ramon Llull